13 de noviembre de 2016

MÍRATE


Estoy cansada de ver a personas sufrir por no saber estar solas. Personas que necesitan de otras para sentirse vivas, útiles y queridas. Personas que necesitan de una pareja para tener la excusa perfecta para no escuchar su propio silencio. Personas que no aprendieron a vivir consigo mismas, a quererse y a cuestionarse.
Personas que no se conocen si no es a través de una caricia o un te quiero que venga de fuera. Personas que no han tenido la oportunidad de parar un momento para escuchar lo que les dice su corazón y su cabeza. Esa cabeza que les tortura por la noche llenándole de preguntas que no tienen respuesta.
Personas que son incapaces de reaccionar ante una ruptura sentimental y necesitan encontrar rápidamente a otra persona para depositar ese amor frustrado. Personas que se sienten débiles, inferiores si no tienen pareja.
Personas que creen ser las únicas que se sienten solas en este mundo en el que vivimos. Ese mundo lleno de apariencia y tan falto de empatía. 
Personas que al ver a parejas siente envidia o frustración por no vivir como ellas. Personas que no se dan cuenta de que no tener pareja no significa que estén solas. Que no ven que están rodeados de otras personas que valen la pena, que valen su pena, pero también su alegría. 
Personas que no saben lo que valen, que no saben lo que pueden llegar a dar y ser para otras personas. Personas que no disfrutan de lo que tienen y siempre buscan aquello que les falta. 
Personas que se han dedicado toda la vida a querer para que la quieran, y no se dan cuenta que el cariño nunca se da esperando algo a cambio.
Personas que se quedan esperando a que otro les salve sin entender que aquí, el que se salva es uno mismo. Porque si nos quedamos esperando en el fondo del pozo, tal vez, nunca llegue esa cuerda que nos ayude a subir. 
Personas que no son capaces de trepar rompiéndose las uñas y sangrándoles las rodillas por luchar contra sus propios miedos y trepar aquellos muros que les vienen de fuera.
Personas que son enteras y creen que son incompletas por no tener a alguien cerca. 

¡¡Mírate prenda!!
Eres esa sonrisa que a tus amigos alienta.
Eres ese abrazo en la distancia y cuando te tengo cerca.
Eres ese amigo que jamás creí que valdría la pena. 
Eres ese loco que se entrega a todos menos al que realmente importa.
Eres ese corazón de cristal que si lo tocas se rompe, pero que roto también merece la pena.

Anuska.

Sonando...






5 de noviembre de 2016

QUÉ MAL NOS QUEREMOS

Rodguen
"Qué mal nos queremos. Qué mal andamos de cariño del bueno. Qué poco nos paramos a darnos lo nuestro. Y ya no digamos lo de los demás. Qué pronto se acabó lo que se nos daba, si es que se nos dio. En este déficit emocional globalizado y transnacional no existen ya ni clases medias ni clases altas, aquí todos somos mileuristas de un amor hipotecado, aquí todo el mundo es un sin techo de amor del que duele cuando sana, amor del de verdad.

Y todo por querernos mucho, muchísimo, sí, pero mal, con lo cual acaba siendo peor el remedio que la enfermedad. Porque cuando algo es malo y sin embarco escaso, no hay que preocuparse demasiado, es mucho más fácil de evitar, y ya no digamos de erradicar. Pero si encima te lo profesan en cantidades industriales, si hablamos de una pandemia a nivel mundial, inténtate tú escapar. Es imposible. Y así nos va.

Qué mal nos queremos. De verdad. Existen quereres de los que damos por descontados. Su único gran defecto es que siempre estuvieron ahí, sin pensar nada a cambio, sin hacer demasiado ruido y tampoco hubo que hacer mucho para currárselos. Es el querer de una madre, sí, pero también cualquier amor que llegue demasiado pronto, demasiado fácil, demasiado incondicional, ese que cuando te vienes a dar cuenta de lo que tenías, te giras y ya no está. Y es entonces cuando empiezas a echarlo de menos. Cuando ya es tarde. cuando ya no se le puede corresponder...ni apartar.

Y es que no sé si lo ves, pero mal, nos queremos un rato. Mira el amor propio, el amor a uno mismo. Ese que alguno confunde con soberbia o prepotencia y a otros les da vergüenza manifestar. La gente aquí no tiene punto medio: o se pasa de frenada, como en mi caso, o en su vida no le llega ni a probar. Esta última es la humildad mal entendida, la que te divide día a día como individuo y te apaga como una vela en medio de esta tempestad a la que llamamos rutina. Lo necesario que es pasar más tiempo con uno mismo, para poder pasarlo con los demás. Lo difícil es encontrarle el punto, apretarle a la vida, exigirle siempre un poquito más. Conocer los propios límites y ponerlos cada día a prueba, y comprobar que cuando tú te acercas, siempre se acojonan y acaban refugiándose un poco más allá.

Y así no es de extrañar que haya gente que se quiera tan flojo. Nos enamoramos y hacemos ver que nos da igual. Vayamos poquito a poco, no te vaya a soltar un te quiero demasiado pronto, no nos vayamos a precipitar. Como si eso que te sale del corazón fuese agua del grifo. Ahora gotita a gotita y no más. Y el día menos pensado se te olvida quitar la llave de paso y te encuentras flotando empapado en medio de tu propia soledad. Uno no elige cuándo ni de quién se enamora, como tampoco se puede elegir la velocidad. Falacias que nos contamos a nosotros mismos, tratando de convencer a un amigo que ya hace tiempo que ni nos cree, ni nos ha dejado de escuchar.

Dentro de este ramillete improvisado de amores nocivos, no podíamos olvidar los que encuentran placer simplemente en hacerse daño. Los yonkis de la intensidad. Es difícil llegar a admitirlo, pero algunos lo consiguen. Y entonces qué. Porque destruirse es como acariciarse: por muy bueno que seas contigo mismo, siempre hay alguien que lo hará mucho mejor por ti. Aunque sea porque llega adonde tú no llegarías jamás. Y es que nadie me hiere como tú.

Qué mal nos queremos cuando quererse es atraparse,  meterse en una urna y verse marchitar. Entramos en el mundo de los reproches, de las libertades fingidas, del tú verás, del te quiero tal como te imagino. T'estimo, ets perfecte, ja et canviaré. 

Y para terminar, para que nadie se sienta excluido, aplaudamos la inmensa horda de amores pantalla. Los que son de cara a la galería, porque a nadie se le ocurre nunca profundizar. La cantidad de parejas que cenan siempre en silencio. Parejas que si cuentan el día, lo hacen como quien repasa si hambre la carta. Parejas que han olvidado que el hecho de hablar no tiene nada que ver con el acto de comunicarse. Para lo primero basta con mover la boca y emitir fonemas. Para lo segundo, además, hay que mover el corazón. Propio y ajeno.

Y hablando de ajenos.

Por muy mal que nos queramos todos, jamás olvides que siempre estarán peor los demás.

A que sí, cariño."

Risto Mejide