28 de enero de 2017

EL TIEMPO TODO LOCURA


Tanto tiempo 
de espera
Tanto día 
en la sombra
Ya no hay batalla,
no hay guerra
Abro los ojos
Vuelvo a ser otra
La misma que era

Mónica Carrillo.



19 de enero de 2017

SEREMOS

No sabemos que pasará mañana,
no sabemos las respuestas a este mar de dudas,
no sabemos si crecerán nuevos monstruos,
no sabemos si las nubes nos dejarán disfrutar del horizonte.

No lo sabemos, pero de lo que estoy segura es de que seremos.

SEREMOS la fuerza que te empuje,
la mano que te acompañe a cada paso,
el aliento que te falte al derribar cada muro, 
el abrazo salvavidas cuando suba la marea,
las sonrisas que en tu rostro desaparezcan,
el ejército que necesites para este combate.

Porque no somos héroes, 
pero seguiremos vivos
pase lo que pase.

Anuska.

8 de enero de 2017

BAJO SU MANTA

Natalia Mindru
Llevaban varios días sin verse, cada uno ocupado en sus obligaciones. Casados desde hacía diez meses, apenas les había dado tiempo a disfrutar del matrimonio más allá de la luna de miel en Indonesia. Justo al regreso, él consiguió un ascenso merecido y muy bien retribuido en la multinacional donde trabajaba, que suponía la obligación de trabajar en Bruselas, aunque podía volver a casa casi todos los fines de semana. Tuvieron que posponer la intención de formar un familia. Tenían ganas de verse, de cenar juntos y contarse qué tal la semana, quizá tomar algo después, hacer el amor. Ella lo recogió en el aeropuerto el viernes por la noche, cuando solía regresar de la capital belga. Pasarían el fin de semana juntos, él cogería el primer vuelo a Zaventem el lunes a las seis de la mañana.
Iban a cenar en su restaurante italiano favorito, pero a última hora decidieron cambiar los planes y hacerlo en casa, ambos estaban algo cansados. Recién acabada la cena, recogieron la mesa, dejando los platos en la encimera, sin meterlos en el lavavajillas.
Él le ofreció sacar juntos al perro, un pastor alemán que le regaló cuando empezaron a vivir juntos, hacía tres años. El animal brincaba de alegría al ver la correa en la mano del chico, pero ella, exhausta tras todo el día de batalla, tras muchos días, semanas y meses con la misma rutina agotadora, respondió con una sonrisa pícara que se quedaba calentando el sofá para cuando él llegara. La muchacha estudiaba veterinaria por las mañanas mientras trabajaba de auxiliar en una clínica por la tarde, apenas tenía tiempo para sacar al perro al mediodía, menos aún para dedicárselo a sí misma. Casi todas las mañanas salía de casa con una coleta que recogía su pelo castaño durante todo el día; solo la deshacía para dormir o cuando regresaba el chico, para que la viera hermosa, aunque él probablemente no se fijaba en eso.
Hacía frío, no tanto como en Bruselas, donde el tiempo castigaba duramente de octubre a mayo, pero era invierno y noche cerrada en Madrid. El chico se abrigó bien y paseó con el perro por el parque veinte minutos. Al volver ella estaba medio dormida en el sofá, hizo el esfuerzo de espabilarse y pusieron una serie que solían ver juntos, The Affair, sobre una infidelidad contada desde dos puntos de vista. La serie les estimulaba a hacerse preguntas capciosas, comprometedoras, que resolvían con más humor que habilidad. La confianza acolchaba las dudas. Era gloria estar tumbados en el sofá juntos, entrelazando las piernas, bajo una manta grisácea de imitación de pelo, el brazo de él haciendo de almohada para la cabeza de ella. A medio capítulo la chica preguntó si quedaba mucho, él pausó la reproducción y ella se giró para apoyarse en su pecho. El calor del amor, de casa, de pertenencia y de elección eterna e indubitada. Se besaron.
- Vamos a la cama, mi amor.
El perro ya ocupaba su propia cama, tranquilo después de haber salido y tomado su premio nocturno. Mientras ella se dirigía al cuarto, él bajó las persianas del salón, apagó la tele, echó la llave a la puerta, conectó la alarma y puso el móvil a cargar. Ella siempre ganaba antes la cama, se burlaba de él muchas veces por ese motivo, cariñosa, haciéndole rabiar.
-¡Cuánto tardas! Siempre tienes algo que hacer...¡Ay, quita la calefacción!
Por fin, él se metió en la cama, todavía fría, y ella buscó su cuerpo para darse calor mutuamente. Ambos comenzaron a temblar de frío y emoción.
El perro entró en la habitación empujando la puerta con el hocico y se colocó en la alfombra que había a los pies de la cama, hecho un ovillo de colores flamígeros. Era un animal magnífico.
De nuevo ella se colocó con la cabeza en el pecho del chico y, antes de que él alargara la mano para apagar la luz y encender una moderna lámpara ambiental que tenía en su mesilla, comenzó a quedarse dormida. Pequeños movimientos de los dedos, como tocando una nana a piano sobre su hombro, la respiración cada vez más lenta, más profunda, el calor que comenzaba a acogerlos bajo el edredón, el olor a lavanda de su pelo lavado por la mañana, la escasa y hermosa luz malva de la lámpara, la respiración rítmica del perro, el suspiro de su chica al terminar de dormirse: los ojos de él se llenaron de lágrimas, era posiblemente el mejor momento de su vida. No podía ser más feliz, no podía amar más, no podía echar más de menos durante la semana ese lecho escasamente compartido. No supo lo que duró, pero la estela de un momento así le allanaría el camino en la industriosa y gris soledad de Bruselas. Ella se despertó sobresaltada:
-Casi me duermo.
Él sonrío.
-¿Quieres que follemos? - preguntó ella.
-No, mi vida - mintió él.
-Si quieres lo hacemos - resolvió ella, agotada, mientras se giraba hacia su lado de la cama y hacía un gesto para que él la abrazara por detrás, pegando sus cuerpos como si fueran el molde perfecto para el otro.
- No, estoy algo cansado.
El chico dudó que ella oyera el final de esa frase, tan rápida fue su rendición. Tardó un rato más en dormirse. Antes le dio tiempo a pensar que en el amor verdadero la moneda de uno es la fortuna de los dos.

Ojalá el calor pueda con tanto frío.