23 de junio de 2015

Errores de cálculo en la mirada.

¿Has notado la cantidad de prejuicios que llevamos incrustados y que sin darnos cuenta nos hacen cometer grandes errores con otras personas o incluso con nosotros mismos?
Imagínate caminando una tarde cualquiera por tu ciudad y que a lo lejos ves a alguien que está sentado en una esquina de una de las plazas más transitadas de la ciudad.
Mientas tus pasos se van acercando hacia él puedes ver que es un hombre mayor, canoso, que lleva gorra y bambas negras, y que le acompaña un perro.
¿Qué pensarías en un primer momento desde la lejanía? Pues creo que lo mismo que pensé yo. Que era cualquier indigente que pasaba por allí y se paró para descansar. 
Pasé de largo y saludé a mi amiga que me esperaba. Pero ese hombre misterioso llevaba en la mano papel y un pincel con el que estaba dando vida a algo. Y nuestra curiosidad hizo que volviésemos hacia él.
Para alguien que es una negada a la pintura, como es el caso, cada manifestación de arte le resulta fascinante. Y al apreciar lo que estaba realizando ese hombre y con la facilidad con la que lo hacía, me dejó maravillada. 
No puedo describiros qué técnica utilizaba porque como os digo, entre mis dones no está la pintura. Solo se que con un pincel, brocha y acuarelas realizaba trazos que perfilaban y daban vida a un escenario que veo a diario y que en su papel tomaba otra dimensión.
Mi amiga le comentó algo en inglés, tenía pinta de inglés, seguro que era guiri...otro prejuicio!
Pero él sonrió y no dijo nada. 
Se me ocurrió decir en voz alta lo que estaba pensando: "La temperatura de esta tarde es idónea para el secado de la acuarela" y de repente..."el guiri", para nuestra sorpresa, me contestaba en un castellano perfecto: 
"Pues sí. En zonas como Burgos he tenido que llevar secador para agilizar el trabajo".
¿Burgos?...¿Español?...no daba crédito!!... y mi curiosidad no me hacía alejarme de ese hombre, de su pintura y de su tranquilo perro. Quería saber más, mucho más de ese hombre misterioso.
Resultó ser una persona educada, culta, muy culta. 
Un hombre que realizaba a lo largo del año un trabajo como todos nosotros pero que cuando llegaban sus días de descanso no se quedaba en casa tirado en el sofá o preparaba las maletas para dejar pasar los días tumbado en la playa disfrutando en un gran hotel cinco estrellas.
Ni mucho menos.
Se colgaba la mochila y se encaminaba a descubrir nuevos pueblos, costumbres, personas que le enriquecieran  y poder llevarse un pedazo de cada una de ellas a través de sus pinturas.
Pero no estaba solo en el camino. Como os he dicho antes, lo acompañaba su perro fiel que descansaba a su lado y para nuestra sorpresa, una mujer.
Una mujer que descansaba en las escaleras de la iglesia hojeando atentamente un libro que tenía en sus manos y le hacía más llevadera la espera de aquel artista que tenía enfrente.
Era su mujer. Su compañera de viaje, de todos sus viajes.

Aquella pareja no me enseñó nada que ya no supiese, pero sí me hizo recordar algo que a veces se nos olvida en esta sociedad en la que vivimos.
Nos dejamos llevar por apariencias, prejuicios, y cometemos el gran error de mirar para otro lado cuando la vida nos pone de cara a algunas personas.
No cometamos el error de dejarnos llevar por las primeras impresiones porque alguien puede estar cometiendo el mismo error con nosotros.
Siempre escondemos algo más. Ese más que solo mostramos a aquellos que se quieren quedar.
Solo hay que tener ganas y paciencia para descubrir lo que a simple vista no se ve.

                                                   

¿Lo viste y pasaste de largo?
Nosotras,no.

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