20 de febrero de 2017

ENTRE DOS MUNDOS


Un día, mientras escribía en mi diario, reflexionaba sobre todas las situaciones a las que nos hemos ido acostumbrando a enfrentarnos diariamente y que, de verlas cotidianas, ya nos parecen lo más normal del mundo. Hemos aprendido a movernos bajo una losa de presión e indiferencia, que siempre corre el peligro de caernos encima y aplastarnos.

Nos hemos ido moviendo entre dos mundos. Siempre clasificando. Porque estamos en una sociedad que clasifica. Siempre me ha llamado la atención la expresión: "Mi bebé es bueno. Duerme toda la noche", o "es malísimo. No para de llorar". Y...¿cuántos meses tiene ese bebé?...No llega a los dos meses. Clasificamos, y mientras clasificamos, vamos dañando libertades de ser. Libertades de sentir.

Nos movemos en lo bueno o  en lo malo. Lo bonito o lo feo. La vida o la muerte. El premio o el castigo. La luz o la sombra. Lo positivo o lo negativo. Lo duro o lo blando. El día o la noche. El sonido o el silencio...

Entender que  uno y otro son importantes para que exista un equilibrio a veces cuesta. Y cuesta porque siempre hay una "parte" que sale peor pagada: "la parte mala". Y  nadie quiere estar en esa parte.

Se termina felicitando y alabando "comportamientos modelo", "buenos", donde la expresividad y la exteriorización de los sentimientos se han controlado tanto, que ya casi no intuyes nada de nada sobre tu interlocutor. Sobre el sencillo ser humano.

Y es que a los niños, cada vez se les deja menos ser niños. Se les pide comportamiento de adultos, aun cuando sabemos que esa adultez no corresponde con su edad biológica. Se les premia por ello. Y así convierten en virtud un problema que se queda velado o escondido. Y aprenden de la seriedad y contención, a retener la emoción...

Aprenden a insensibilizarse. Y luego, son adultos que añoran en lo más profundo e íntimo ser niños, para dejarse ir, y llorar o reír como les nazca, cuando les plazca.

Me gusta manifestar lo que siento. Me llena. Creo que un poema puede convertirse en un grito de protesta, del que pueden nacer rosas o espinas.

Ángela Becerra.



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